¿Esa es la cuestión?
¡CLAVERO HA RESUCITAO!
miércoles, 26 de agosto de 2009
Por José María (Pepe) Rosa
Los investigadores no han sabido hasta ahora cuando y donde nació Francisco Clavero. Debió ser en Buenos Aires en los primeros años del siglo XIX. Sabemos que su hogar fue muy humilde, de “orilleros” tal vez, que le trasmitieron junto con el amor irreprimible por la patria, el culto al coraje y la desconfianza por los doctores que gobernaban a espaldas del pueblo.
Siendo niño integra en 1813 el cuerpo de Granaderos a Caballo que San Martín formaba en la plaza del Retiro. Aprendió junto al gran Capitán la disciplina militar y fue su bautismo de sangre San Lorenzo. Ya no abandonó a San Martín. En 1817 está en Mendoza en el ejército de los Andes; cruza la cordillera con la división de Soler y su comportamiento en Chacabuco le merece las jinetas de cabo no obstante su corta edad. Se bate en los alrededores de Talcahuano, está en Cancha Rayada y en Maipú, y con la presilla de sargento va con San Martín al Perú, para volver de allí convertido en oficial de caballería.
En 1826 lo encontramos como capitán de milicias rurales combatiendo con los indios en los cantones fronterizos de Buenos Aires. Allí conoció y trató a Juan Manuel de Rosas, comandante general de milicias de Buenos Aires en 1827 y no se separó de él, con el mismo apego que tuvo a San Martín hasta que el libertador dejó la patria. Como capitán de milicias combate a las órdenes de Rosas contra los revolucionarios unitarios de 1828, y asiste a la capitulación de Lavalle - que tal vez fuera su jefe en Perú - en la estancia de Miller, en Cañuelas, el 24 de junio de 1829.
En diciembre de 1829 Rosas ocupa el gobierno de Buenos Aires y nombra a Clavero su ayudante mayor, con el grado de capitán de línea (enero de 1830). En abril de 1831 es jefe de una compañía en el regimiento de Patricios Libertos a caballo, escolta del gobernador. Al año siguiente, no bien Rosas deja el gobierno, Clavero pide su traslado a la frontera. En 1833 como jefe de una compañía de Blandengues, acompaña a Rosas en le campaña del desierto. Terminada esta en 1834, queda en Bahía Blanca, entonces un fortín avanzado sobre tierra que había sido de los indios. Tiene el grado de Mayor.
Entre 1834 y 1848 cumple distintas comisiones en los fortines de campaña y destacamentos rurales. Su gran conocimiento de la tropa, veteranía sobre los indios y la lealtad federal probada lo hacían un elemento precioso en las filas del ejército-. En junio de 1848 Rosas lo lleva junto a sí, designándolo en la División Escolta de Palermo de San Benito. Como Mayor del Escolta, desfila junto a Rosas en la última parada militar del Restaurador del 9 de julio de 1851, cuando ya había empezado la guerra con Brasil y sus auxiliares argentinos. El 3 de febrero (de 1852), toma parte en la batalla de Caseros, siempre en el regimiento Escolta que Rosas había puesto a las órdenes de un prestigioso Coronel de filiación unitaria, pero cuyo acendrado patriotismo lo obligó a ofrecerse al gobierno de su patria en su lucha contra el imperio y su aliado Urquiza: el Coronel Pedro Díaz.
Derrotado Rosas, Clavero pide su baja, que Urquiza no acepta porque prefiere mantener en el ejército a oficiales federales. Clavero fue destinado nuevamente a las guarniciones rurales, encontrándose en mayo y junio de ese año en los Dragones del Sud con asiento en Chascomús. Toma parte con su regimiento en la revolución del coronel Hilario Lagos en diciembre de 1852 que intenta refirmar la divisa federal. Con Lagos sitia Buenos Aires y con Gregorio Paz derrota en San Gregorio el 22 de enero de 1853 a quienes venían a levantar el sitio. Cuando el dinero de la máquina de imprimir de la casa de la moneda de Buenos Aires compra a la mayoría de los sitiadores, y Urquiza escapa en un buque norteamericano después de entregar los ríos como premio por su salvación, Clavero se retira al interior.
En 1856 lo encontramos en San Rafael (Mendoza), como segundo jefe del 3 de caballería, revistando como teniente coronel.
En 1861 acompaña al gobernador de San Luis, Juan Saá, en su misión a San Juan. Los liberales (nuevo nombre que han tomado los unitarios) han separado al gobernador José Virasoro con sus amigos y parientes, inaugurando el reino de la libertad masacrándolos implacablemente. No le parece el procedimiento correcto al Presidente Santiago Derquí, que manda como interventor a Saá. Como los liberales sanjuaninos acumulan armas - mandadas por los liberales porteños - y recurren a la leva (incorporación forzada al ejército) “para defender a la provincia”, Saá ha debido acompañarse de algunos regimientos nacionales. Entre ellos va el 3 de caballería a las órdenes de Clavero.
El gobernador revolucionario de San Juan, el Dr. Antonino Aberastain, intenta resistir en la Rinconada del Pocito (11 de enero de 1861), pero su tropa se le desbanda y es capturado. Clavero, en cumplimiento de órdenes recibidas, hace fusilar al responsable del asesinato de Virasoro y los suyos. Desde entonces Aberastain será “el mártir del Pocito” y Clavero su indigno y cruel asesino. Sin embargo Clavero pidió un consejo de guerra para juzgar su conducta, y este - reunido en Paraná, capital de la confederación - lo absolvió de cualquier culpa.
El 17 de setiembre de 1862, Francisco Clavero toma parte como coronel en la batalla de Pavón. No obstante encontrarse victoriosas las tropas nacionales y derrotadas las del “Estado” de Buenos Aires que comandaba Mitre (cuya caballería se ha dispersado, ha perdido todo el parque de municiones y con el resto de sus tropas debe encerrarse en la estancia de Palacios esperando la propuesta de rendirse), Urquiza, - jefe del ejército Nacional - se retira con los regimientos entrerrianos “espantado por el encarnizamiento de la batalla”, pues al curtido veterano de cien hecatombes parece que se le ha despertado una sensibilidad de niña clorótica. El abandono de Urquiza permite a Mitre escapar de la estancia de Palacios junto al arroyo Pavón y esconderse en San Nicolás. Días después, seguro que Urquiza no volverá y los federales se han ido, festejará su única - y decisiva en nuestra historia - victoria militar.
A Clavero lo encontramos en noviembre del 61, en la provincia de Córdoba defendiéndola del avance de los “guías de la libertad” porteños, que a sangre y fuego imponían el liberalismo por el procedimiento, aconsejado por Sarmiento (en carta a Mitre de 20 de setiembre de 1861 - Archivo Mitre, tomo IX pag. 336 - ) de “no ahorrar sangre de gauchos, es abono útil que debemos a la tierra. La sangre es lo único que tienen de humano”. Derrotado Clavero en el Molino de López, cercanías de Córdoba, por tropas muy superiores, con sus últimos compañeros debió escapar a las tolderías Ranqueles, donde recibe la hospitalidad que los caciques brindan generosos a los perseguidos. Poco después, y siempre por tierra de indios de la cual era baqueano, Clavero pasa a Chile.
Poco tiempo dura su estadía en Chile. En mayo de 1863 el general Ángel Vicente Peñaloza ha dado su grito de guerra en los llanos de La Rioja contra los guías de la libertad, que hacían una “guerra de hermano contra hermano”. El caudillo solo pide que no se eche a los riojanos a los contingentes militares, y no se mande a las riojanas a los prostíbulos de los acantonamientos militares. Clavero cruza los andes para ponerse a sus órdenes.
En alguna otra ocasión narraremos las dos largas guerras del Chacho, terminadas con el asesinato del caudillo en Olta. Clavero, su compañero, gravemente herido es apresado por las fuerzas nacionales (junio de 1863). La circunstancia de encontrarse muy mal herido o tal vez su prestigio de viejo veterano de San Martín, hizo que no se lo fusilase, a pesar de condenado a muerte un consejo de guerra. Lo curioso es que se dio la noticia de su muerte “para escarmiento de bandidos”, pero no se le mató. Sarmiento, en uno de sus fugaces raptos de sinceridad, explica por que no ejecutó la sentencia “en un hombre herido de muerte”. Dice Clavero no era un salteador ni un encubridor, ni caudillo, ni gaucho malo. Era un veterano de los granaderos a caballo de San Martín, que a fuer de antiguo soldado y de valiente, había llegado a coronel al servicio de Rosas y de la montonera. (D.F.Sarmiento - Los Caudillos). Lo remitió a Mitre para que este lo fusilase si se animaba. Pero Mitre no se atrevió, y Clavero, en muy mal estado quedó en el Hospital de Hombres de la capital, pendiente siempre su condena a muerte.
Por el interior corrió la noticia que había muerto fusilado por Sarmiento en San Juan.
Llegó la noticia a Southampton y entristeció a Juan Manuel de Rosas. Este ya se había puesto en contacto con su jefe de escolta por intermedio de Josefa Gómez, escribiéndole el 7 de marzo de 1867: “…Al coronel Clavero dígale que no lo he olvidado, y no lo olvidaré jamás. Que Dios ha de premiar las virtudes de su fidelidad”, se lamenta de la muerte de su antiguo subordinado, encargando a Josefa Gómez depositar una flor en la tumba de su amigo leal “si era posible”.
Llegó la noticia a Southampton y entristeció a Juan Manuel de Rosas. Este ya se había puesto en contacto con su jefe de escolta por intermedio de Josefa Gómez, escribiéndole el 7 de marzo de 1867: “…Al coronel Clavero dígale que no lo he olvidado, y no lo olvidaré jamás. Que Dios ha de premiar las virtudes de su fidelidad”, se lamenta de la muerte de su antiguo subordinado, encargando a Josefa Gómez depositar una flor en la tumba de su amigo leal “si era posible”.
En el verano de 1866-67 empieza la tremenda revolución de los colorados de Cuyo. Los contingentes amontonados en Mendoza para llevarlos a morir al Paraguay se subleva al grito de ¡Viva el Paraguay! ¡Viva la Unión Americana! ¡Muera Mitre sirviente de los Brasileros!.
Los viejos federales - Juan y Felipe Saá, Carlos Juan Rodríguez, Juan de Dios Videla, el padre Castro Boedo - levantan la insignia punzó. Felipe Varela llega de Chile con un pequeño ejército, dos bocones (cañoncitos ligeros) y una banda de musicantes. Y establece su campamento en Jachal donde se le suman, montados y con caballo de tiro, los criollos de los alrededores. Mendoza, San Juan, San Luis y La Rioja reverdece al canto Montonero:
“De Chile salió Varela
y vino a su patria hermosa.
Aquí ha de morir peleando
por Vicente Peñaloza”
Con los lánguidos compases de la zamba, que ha traído de Chile un grupo de músicos que vienen con Varela, cantan los montoneros el cruel destino de la patria, en la noche ardiente del verano cuyano. A veces lamentaban que no estuviese junto a ellos el bravo coronel “que en San Juan es sepultado”. En una de esas noches un forastero pide la guitarra. Es un hombre de setenta años, barba y melena blanca, cara cruzada de chirlos y cicatrices y el andar claudicante de quién ha sufrido heridas en las piernas. No obstante, según dice la tradición, su porte es arrogante y su voz grave y segura. Puntea unos compases y canta:
“Dicen que Clavero ha muerto
y en San Juan es sepultado
¡No lo lloren a Clavero;
Clavero ha resucitado!”
Es el coronel Francisco Clavero en persona, que al saber de la llegada de Varela, ha logrado escapar del Hospital de Hombres de Buenos Aires y pese a sus años y heridas viene a dar al pueblo su último aliento y así se hace conocer. Felipe Varela lo abraza emocionado, la montonera lo aclama.
Se incorpora al “Ejército de la Unión Americana”, con su grado efectivo de coronel de la Nación. Junto a Clavero, Varela toma parte en la ocupación de La Rioja y la tarde del 10 de abril de 1867 está en Pozo de Vargas en la última y desesperada carga de la montonera al compás de la zamba famosa de Vargas, que luego tendría letra puesta por los vencedores, mientras los vencidos cantarían:
“¡Sables contra fusiles!
¡Pobre Varela!
¡Que bien pelean sus tropas
en la humareda!
¡Otra cosa sería
armas iguales! …
Nada más se sabe del coronel Clavero. ¿Habrá muerto en el Pozo de Vargas cargando contra la artillería y la infantería de Taboada oculta en el monte? ¿Cayó en la cruel retirada a Jachal? ¿En los difíciles tránsitos por la cordillera, tras el Quijote de los Andes (Varela), para sorprender Salta el 10 de octubre? ¿Acaso en la toma de esta? ¿O en el posterior exilio en Bolivia?. No se ha encontrado el diario de Felipe Varela, ni la nómina de sus jefes y oficiales, para saber su suerte. Lo cierto es que durante muchos años se esperó en los contrafuertes andinos el regreso del sargento de San Martín y coronel de Rosas.
Muchos esperaban que en las noches de guitarreadas junto al fogón, viniera un forastero y tomando el instrumento volviera a decir como en Jachal:
“Dicen que Clavero ha muerto
y en San Juan es sepultado
¡No lo lloren a Clavero;
Clavero ha resucitado!”
Gentileza de Agenda de Reflexión
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